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Sexo, amor y libertad: los libros de filosofía del otoño

Ciudad de México.- El título del último libro de Carlos Fernández Liria no engaña: Sexo y filosofía, habla de sexo, sobre todo al principìo, pero habla más de filosofía. Su mayor problema es que está plagado de insistencias. La misma expresión, la misma idea se repiten una y otra y otra vez. A cambio, en las más de las ocasiones mantiene la fuerza narrativa. Son especialmente vibrantes las páginas dedicadas a Platón, al que desidealiza con vehemencia poco después de haber resaltado los aspectos más materialistas de Aristóteles. Después de todo, dice el autor, el amor se dirige siempre a un particular material. “El amor es simultáneamente conciencia de la muerte y tentativa de hacer del instante una eternidad (…) una victoria contra el tiempo”, aunque el tiempo siempre acabe imponiéndose.

Y es que, tras cruzar el valle del sexo, el libro recala en el amor, que “te convierte en filósofo, lo quieras o no. Siempre hay algo de locura en el amor y siempre hay algo de locura en la filosofía”. El amor es eso que narran las canciones, las novelas, las películas. La poesía. El poeta, que algunos sostienen que Platón quería expulsar de la ciudad, es en realidad quien nos devuelve el valor primigenio de la palabra, porque escribe para la eternidad.

El libro reproduce el esquema de las tres críticas kantianas y es una defensa de la Ilustración, del progreso que resume el lema “libertad, igualdad, fraternidad”, cuyo correlato platónico es “verdad, justicia, belleza” o, también, “ciencia, derecho, poesía”. Y el punto de encuentro, la razón. La Ilustración es lo que la burguesía robó a la revolución francesa convirtiéndola en revolución burguesa. El progreso es la “idea más importante de la historia de la filosofía” y se produce cada vez que una ley injusta es corregida con otra también injusta. “El progreso es una profundización de la libertad”. De ahí la defensa de los valores de 1789. El más vigoroso es la fraternidad. Sin ella, “la libertad y la igualdad no son más que papel mojado”. Una fraternidad que enlaza con la idea de belleza (y el amor). Porque, sostiene Fernández Liria, “el amor acontece cuando, de pronto, la belleza se incrusta en la vida de uno” y ante la belleza “los seres humanos nos sentimos libres”.

Una obra muy diferente es la de la argentina Esther Díaz Lo estético es político. Un librito que rastrea las tendencias del arte contemporáneo una vez, asegura ella, superada la posmodernidad y entrado en lo que llama “época póstuma”, caracterizada por obras que van más allá del momento de su creación. Ejemplos: las intervenciones de la surcoreana Anicka Yi y el Museo de Arte Americano Whitney. La primera suma a los criterios estéticos los epistemológicos, lo que la lleva a trabajar con científicos de diversas disciplinas para crear obras orgánicas en constante transformación. El museo Whitney cambia regularmente de sede. La actual se halla en Nueva York y es obra de Renzo Piano. Fue fundado hace 86 años por Gertrude Vanderbilt Whitney y ha sido mayoritariamente dirigido por mujeres.

Díaz analiza el cine, centrándose en Andréi Tarkovski, y lo que denomina “arte popular”, definido como “de fácil comprensión”, con especial atención al bolero, “una tecnología de poder sobre los sentimientos y el cuerpo de la mujer”. Con estos mimbres, apenas va más allá de señalar el predominio machista de las letras hasta que, recientemente, algunas mujeres han empezado a cantar “antiboleros”.

Pese a la distancia, ambos libros presentan coincidencias. La más llamativa, el recurso a la obra de Van Gogh Los zapatos campesinos, leída en ambos casos a la luz de Heidegger.

Fernández Liria alude reiteradamente a Romeo y Julieta como prototipo de amor ajeno a los obstáculos. El libro Filosofía a martillazos, del también argentino Darío Sztajnszrajber, usa la misma obra, pero como punto de partida para reflexionar sobre el amor. Se trata de un texto con vocación provocadora. Finge el autor estar en clase con los alumnos, de modo que la redacción imita el intercambio más o menos habitual en un aula. Pero si Fernández Liria asume una concepción del conocimiento de raíz racionalista, Sztajnszrajber toma como referencias a Foucault y Derrida y todas las licencias que el posmodernismo permite para deambular de aquí para allá. En esta obra, el amor, dios, la verdad y la democracia.

El discurso parte siempre del yo. No un yo hegeliano que, como dijera Ramón Valls, vaya del yo al nosotros, sino un yo, mí, me, conmigo. Un yo descentrado en un mundo que “en el fondo no tiene sentido porque en el fondo no hay fondo”

Contrariamente al amor de Fernández Liria, total y recíproco, al margen de los modos que adopte, el de Sztajnszrajber es un ejercicio de poder a deconstruir, porque “no hay otra forma de empezar una clase de filosofía que no sea desde la deconstrucción”. A saber, lo que harían en sus días Kant y Hegel que no habían leído a Derrida. De modo que el amor es “una narración” y “la monogamia es insostenible” ya que sólo busca justificar “la prevalencia del yo por el otro”. Habrá que llegar al siguiente capítulo, “el postamor” para pensar el amor fuera del matrimonio y proceder a una “deconstrucción radical sabiendo que salir de la monogamia garantiza poco porque ¿a dónde se llega? “¿A la poligamia? ¿A la anarquía vincular? ¿Al poliamor? ¿A la pareja abierta?”. Se puede ir a cualquier parte, salvo a la ciencia, porque eso sería quitar al amor trascendencia, secularizarlo.

De religiones secularizadas habla Lorenzo Bernaldo de Quirós en En defensa del pluralismo liberal. El volumen alterna la descripción de ese pluralismo con diatribas contra la izquierda (“termitas contra el orden liberal democrático”). Puede que haya también una cierta amenaza que proceda del tradicionalismo, pero el autor se muestra repetidamente comprensivo con ella, ya que entiende la rebelión contra un “laicismo coercitivo” que pretende sustituir “la ética religiosa o considerada natural por la secular, convirtiendo al Estado en sancionador de la moralidad”. Incluso en materia de inmigración “algunas de las críticas paleoconservadoras a la ‘invasión de extranjero` son acertadas, razonables y compartidas por mucha gente sensata”, de donde pudiera deducirse que los paleoconservadores no son gente sensata.

Reseña las raíces de una hipotética moral liberal: Ockham, Locke, Hume, Stuart Mill, incluso Kant, aceptando que la construcción de una moral objetiva es una imposibilidad racional, ya que la moral es un sentimiento individual y su único juez, la conciencia, lo que imposibilita encontrar leyes éticas ya que “en el ámbito de la moral, el poder de la razón es tan reducido que cada uno termina por refugiarse en un compromiso dogmático e irracional con los preceptos éticos que profesa”.

Frente al liberalismo pluralista se yergue el monismo secular de la izquierda marxista, que incluye a todos los posmodernos. Se caracterizan por ser religiones seculares, aunque carezcan de componente espiritual. Comparten con la religión la afirmación de un dogma, la construcción de un sistema de adoctrinamiento, la prescripción de un código absoluto de conducta, una narrativa proyectada hacia la meta final, la identificación del enemigo externo, la voluntad de acallar la disidencia.

Tras el hundimiento del bloque socialista, la izquierda ha cambiado el campo de batalla, abandonando la economía y centrándose en la cultura, siguiendo las directrices de Gramsci, Lúkacs, Adorno, Marcuse, Habermas y Lévi-Strauss, Althusser, Foucault y Lacan. Fomenta luchas ya no de clases sino con nuevas formas, buscando los enfrentamientos de mujeres contra hombres, homosexuales contra heterosexuales, ecosocialistas contra negacionistas. Una actividad que emana de las “tres principales iglesias seculares”: la climática, la animalista y la feminista, dedicada a la apología de la desigualdad.

Frente a la deriva queda el programa liberal: la limitación del poder del Estado, la economía libre y la protección de los derechos de los individuos, elementos que han propiciado la sociedad del bienestar. No obstante, conviene un golpe de timón, porque las democracias liberales están corrompidas desde dentro por el materialismo, el multiculturalismo, el relativismo, el egoísmo y el consumismo. Hay que defender “el corazón de occidente” que consiste en la libertad, la democracia, el individualismo, la igualdad ante la ley, el constitucionalismo y la propiedad privada. Para ello convendría consolidar una potencia hegemónica capaz de articular la civilización política y económicamente, y las áreas de seguridad y defensa.

Esta defensa de la libertad tiene poco que ver con la que formula Étienne de la Boétie (1530-1563) en La servidumbre voluntaria, uno de los más directos alegatos a favor de la libertad, que entusiasmó a Montaigne. Se reedita ahora en una nueva traducción y sirve para plantear una pregunta difícil de responder: ¿por qué la gente obedece a los tiranos cuando son más los dominados? Por supuesto, por el miedo (no podemos ser siempre los más fuertes), pero también atraídos, sugiere, por el engaño o la confusión. Con frecuencia, las migajas que se reciben de la colaboración con el opresor son vistas como un gran botín por quien nada tiene o espera tener menos si no se pliega ante la tiranía, de modo que se renuncia al derecho a la desobediencia civil. Y luego, la costumbre, gran escuela, dice De la Boétie, de servidumbre. Pero, la naturaleza, sostiene el autor, ha hecho a los hombres libres y la educación puede ayudarles a soportar el sometimiento o a lo contrario pues ¨los libros y la doctrina dan a los hombres más que cualquier otra cosa, el sentido y el entendimiento para reconocerse a sí mismos y odiar la tiranía”. Aunque cabe también el autoengaño. Los pueblos sucumben a los halagos y, cuando son “necios”, fabrican sus propias mentiras para después creerlas.

Publicado por elpais.com


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