Escuelas Normales Rurales bajo asedio gubernamental
Enrique Fernández Ramírez
Contrariamente a la narrativa oficial sobre la importancia que tiene la educación para el desarrollo de la sociedad, los hechos recientes de represión de estudiantes de las escuelas normales rurales de “Mactumaczá”, en Chiapas, y “Carmen Serdán”, de Teteles, Puebla, revelan la indiferencia y el poco interés que las autoridades tienen hacia el desarrollo educativo de la población, y particularmente hacia las escuelas normales rurales.
Los estudiantes de Chiapas sólo piden que el examen de ingreso sea presencial y no en línea, ya que en su mayoría son hijos de campesinos que residen en comunidades rurales y no cuentan con internet. Por su parte, las alumnas de Teteles, Puebla, solicitan el cumplimiento de su pliego petitorio. Sin embargo, como respuesta han recibido, en lugar del diálogo, la violencia policiaca por parte de los gobiernos estatales, con un saldo de diecinueve jóvenes presos en Chiapas, dos alumnas fallecidas y un número indeterminado de detenidas en Puebla.
Históricamente, estos centros educativos han pasado de ser un bastión en las políticas posrevolucionarias, a la precaria situación de abandono y olvido en el que actualmente se encuentran. Ahora tienen que remar a contracorriente para lograr su supervivencia y no morir de inanición.
Suelen ser pocos los medios de comunicación que cubren las luchas de los normalistas rurales y, cuando lo hacen, se recurre a una fórmula conocida: estudiantes revoltosos, jóvenes holgazanes, instituciones que pertenecen al mundo del ayer.
Desde mediados del siglo XX hasta la actualidad, las normales rurales han sufrido el asedio constante del Estado. Desde entonces, se tiene la impresión de que existe un acuerdo soterrado implícito, en quienes han detentado el poder durante estos años sin importar el partido político de origen, consistente en pugnar por el desgaste y acoso a esas escuelas hasta lograr su desaparición. En ese lapso han logrado el cierre de más de la mitad de ellas.
Para comprender el encono gubernamental con el que son tratadas las normales rurales, es necesario recurrir a la memoria histórica para interpretar su devenir en la formación de maestros.
Maider Elortegui Uriarte (2015) distingue cuatro momentos, de acuerdo con la forma en que el Estado ha considerado a las normales rurales, a partir de la coyuntura política y económica de cada época.
El primer momento abarca desde los inicios de los años veinte hasta el fin del gobierno cardenista. Durante esta época, el normalismo rural fue ícono de la identidad revolucionaria. Con la creación en 1921, de la Secretaria de Educación Pública (SEP), a cargo de José Vasconcelos, la educación rural avanzó de manera más significativa en su tarea de erradicar el aislamiento de las comunidades.
La formación del maestro rural en esas normales, se centraba en: el compromiso por la justicia social de los más pobres, la educación laica contra el fanatismo religioso; un pensamiento científico basado en el materialismo histórico; las formas organizacionales de las cooperativas y el gobierno escolar en los internados; una educación práctica con un sentido de clase vinculado al trabajo productivo de la tierra.
Este fue, sin duda, el período estelar de las normales rurales, pues tenían el reconocimiento social y el apoyo del gobierno.
El segundo momento sucede durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho. En este sexenio las normales rurales devienen en un proyecto incómodo para el Estado. La educación socialista, heredada del gobierno de Lázaro Cárdenas, se vio afectada directamente por las orientaciones políticas reaccionarias de la Iglesia, los sectores empresariales y los terratenientes. Para el presidente Ávila Camacho las normales rurales eran disfuncionales. Ante lo cual inició una disputa abierta entre el Estado y la visión socialista, que continuaba formando maestros rurales desde la organización del internado escolar de las normales.
El tercer momento es cuando ya las normales fueron consideradas como “nido de guerrilleros” por parte del gobierno. Desde mediados de siglo pasado, en varios países latinoamericanos el terror y la violencia sistemática imperaron desde el poder anticomunista vinculado a la expansión imperialista. Era la época de la guerra sucia en nuestro país.
La mística de lucha de las normales rurales iba más allá de las aulas del espacio educativo y se proyectaba hacia la sociedad. Sus fundamentos socialistas y comunistas, así como sus vínculos con organizaciones populares, las convertían para el gobierno, en un foco rojo preocupante que había que exterminar. Fue así que comenzaron los recortes económicos para minar su fortaleza y desgastarlas. Otra acción fue la falta de iniciativa para la apertura del nuevo ingreso con el fin de suprimirlas.
Fieles a su tradición de lucha, en el contexto de autoritarismo y represión, los normalistas apoyaron demandas magisteriales como la de Othón Salazar por la democratización del SNTE y estudiantiles como el movimiento de 1968 que finalizó con la matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco, en la capital del país.
Esto motivó uno de los ataques más fuertes que sufrieron las normales rurales, ya que durante su sexenio, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, ordenó cerrar 15 de las 29 que existían en el país. Entre los argumentos, el presidente acusó a las normales de ser nidos de comunistas.
Fue en ese año de 1969 que en nuestro estado de Veracruz se cerró la Normal Rural “Enrique Rodríguez Cano” de Perote. El Ejército tomó el sitio cuando se iniciaban las vacaciones de verano. La escuela estaba prácticamente vacía. Sacaron todo el mobiliario, los archivos… se llevaron todo lo posible para borrar toda gloria de las generaciones que habían logrado concluir sus estudios como profesores de educación primaria, acusados de tener ideas marxistas y socialistas. En una pintura mural que aún queda en una de sus paredes, se puede leer la siguiente frase: “Sirve a la educación de los niños con amor. Y no te importe la ingratitud del mundo” Es la mística educativa de las normales rurales.
El cuarto momento se inicia con la embestida del neoliberalismo y de los estándares de calidad y competencia, en el que se considera a las normales rurales como un “mundo del ayer”. El gobierno continúa el desgaste gradual como estrategia para la desaparición de estas normales. Ya que de hacerlo de manera tajante, provocaría una respuesta popular adversa.
En el 2008, el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa cerró la Escuela Normal Rural “Luis Villarreal” de El Mexe, Hidalgo, una de las escuelas más emblemáticas. Alicia Civera Cerecedo relata que, “Mientras los estudiantes se manifestaban en contra de la Alianza por la Calidad Educativa, Elba Esther Gordillo Morales, presidenta del SNTE, declaraba públicamente que las escuelas normales rurales serían transformadas en escuelas politécnicas” (Nexos, marzo 2015)
El caso más trágico ha sido la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, en Iguala, Guerrero, la noche del 26 de septiembre de 2014, durante el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.
Desde los setenta, la información mediática sobre las normales rurales se reduce a campañas de desprestigio: “nido de comunistas”, “semillero de guerrilleros”, “vivero de rojillos”. La prensa ha hecho énfasis en el uso de estrategias como el secuestro de autobuses o bloqueos de carreteras, pero no informa tanto sobre la histórica estrategia gubernamental de recorte presupuestal y de la falta de cumplimiento en la mejora de las condiciones de infraestructura y suministros básicos necesarios.
La memoria histórica es un acto colectivo que tiene una función social: la búsqueda de justicia. El recordar tiene una carga política que da sentido de pertenencia e identidad, por lo que la memoria se convierte en un acto subversivo.
El uso de la violencia y la represión intenta borrar drásticamente las memorias silenciadas, estigmatizadas y cargadas de contenido político y social. Intenta desalentar las luchas por la justicia y los derechos. Sin embargo, las normales rurales “son cunas de conciencia social”, como las consideran los propios estudiantes. Y mientras exista la pobreza y la desigualdad en nuestro país, las normales rurales tendrán razón de ser y de existir.