jueves, marzo 28, 2024
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La explosión mundial del fútbol femenino

Dentro de unas décadas, cuando el fútbol practicado por mujeres haga inventario de su evolución, 2019 aparecerá destacado en rojo chillón. El tiempo dirá hasta dónde es capaz de llegar, pero el año que se fue marcó un punto y aparte. Explotó y se reivindicó a partes iguales en todo el planeta con el Mundial de Francia como gran amplificador. También en España. La selección ganó el primer partido en una Copa del Mundo, se registró el récord de asistencia a un encuentro, un equipo (el Barça) escaló hasta la final de la Champions, el Real Madrid se animó al fin a entrar en un mundo que hasta entonces había rehuido y se acordó un convenio colectivo pionero en Europa. Una colección de hitos que, en realidad, no fueron solo deporte, sino una forma más de reclamar la igualdad entre ambos géneros.

Ningún momento expresó mejor este terremoto que la final del Mundial, vista por 82 millones de personas a través de la televisión, un 56% más que en la edición de 2015. En el estadio del Lyon, una parte importante de los 60.000 espectadores rompieron a gritar de forma espontánea “Equal pay, equal pay” (igualdad salarial, igualdad salarial). Abajo, en el césped, Estados Unidos acababa de ganar su cuarto título ante Holanda (2-0) y allí lo estaba celebrando Megan Rapinoe, mucho más que la estrella del equipo campeón. Ella se convirtió en la gran referente del fútbol por los derechos de las mujeres, las minorías y el colectivo LGTBI. La trascendencia de esta californiana de 34 años y el alcance de su discurso superaron con mucho sus éxitos en el campo, que no pudieron ser mayores: mejor jugadora y máxima goleadora del torneo (seis dianas), coronados meses después con el Balón de Oro.

Su enfrentamiento con Trump, agua y aceite, fue el símbolo de este movimiento sísmico, la tormenta perfecta para visibilizar dos mundos antagónicos. Si ganaban, le advirtió días antes de la final, no irían a “la puta Casa Blanca”. “¡Termina el trabajo!”, le respondió el presidente de EE UU. Lo acabó y cumplió su promesa junto al resto de sus compañeras: no fueron a ofrecerle el trofeo. De vuelta a su país, con 300.000 personas celebrando el triunfo en Nueva York, continuó su ataque: “Tu mensaje excluye a gente que se parece a mí”.

Esta fue la mayor sacudida, pero las reivindicaciones del papel creciente de la mujer en el fútbol fueron constantes. Rapinoe lo hizo sobre el terreno y la noruega Ada Hegerberg, mejor jugadora del mundo en 2018, con su ausencia. Renunció a disputar el campeonato para denunciar la discriminación que, a su juicio, sufre respecto a la selección masculina de su país en premios, infraestructuras y medios. La comparación económica global entre este Mundial y el de hombres del año anterior alimenta los motivos de su plante: 26 millones para 24 equipos femeninos frente a 356 millones para 32 conjuntos masculinos. La FIFA prometió aliviar este abismo duplicando su aportación en la cita de 2023.

Más para consumo interno quedó la arenga a las nuevas generaciones de la brasileña Marta, otro icono, seis veces elegida la número uno del planeta. “No vais a tener una Marta para siempre, una Cristiane, una Formiga… Y el fútbol femenino depende de vosotras”, alertó la máxima anotadora de la historia de los Mundiales (17 tantos, uno más que el alemán Klose).

La selección española se reivindicó de palabra y en el campo. El grupo dirigido por Jorge Vilda, en su segunda participación, sumó su primer triunfo en un Mundial (3-1 contra Sudáfrica) y se estrenó en unos octavos, donde le hizo pasar un mal rato al conjunto de Estados Unidos de Rapinoe, solo vencedora con dos penaltis (2-1). Por primera vez, las Jenni Hermoso, Mapi León, Virginia Torrecilla o Alexia Putellas desfilaron a principios del verano en la misma pasarela que, hasta entonces, habían monopolizado los Ramos, Piqué, Busquets o Morata. 22 medios se desplazaron a Francia para cubrir el torneo (apenas cuatro lo hicieron en Canadá 2015) y la cadena que retransmitió los partidos, Gol, alcanzó su mejor dato de audiencia (12,8% de share ante EE UU).

60.739 espectadores en el Atlético-Barcelona, el pasado marzo.
60.739 espectadores en el Atlético-Barcelona, el pasado marzo. ÁLVARO GARCÍA

La Copa del Mundo lo cambió todo, pero antes ya hubo señales de que se había abierto un nuevo mundo futbolístico. En solo un mes se batió dos veces el récord de espectadores en los estadios españoles. El Athletic metió 48.121 personas en San Mamés para el choque copero contra el Atlético, que poco después logró una cifra que parecía inimaginable: 60.739 en Liga ante el Barcelona. Un periodista estadounidense de The New York Times cruzó expresamente el Atlántico para contar lo ocurrido esa mañana de finales de invierno en el Wanda, símbolo de la magnitud del acontecimiento.

Lo de menos fue lo que pasó en el césped. El Barça ganó (0-2), pero no impidió el tercer alirón consecutivo del Atlético. La crecida azulgrana sucedió en la Champions. Fue el primer equipo español en disputar una final, aunque ahí chocó de cabeza con un imperio, el del Lyon, que levantó su cuarto título seguido. Para la media hora de juego ya vencía 4-0 (4-1 al final). Esta temporada, los cuartos de final enfrentarán a los dos grandes de España, a los que este año les ha salido una nueva competencia, un gigante todavía en pañales. Ahora se llama Tacón y la próxima campaña ya será el Real Madrid. Después de mirar varios años para otro lado, el club blanco entró en el fútbol femenino comprando por 400.000 euros la plaza de un recién ascendido, una entidad creada en 2014 por una exatlética, Ana Rossell, que siempre buscó su fusión con la planta noble del Bernabéu. Renovó media plantilla con fichajes internacionales y, aunque su estreno fue traumático (9-1 ante el Barça) y llegó a estar en descenso, poco a poco se va enderezando.

Contingencias deportivas, en todo caso, en comparación con el logro de pactar el primer convenio colectivo en una Liga europea. Hicieron falta 14 meses, 29 reuniones y una huelga, que paralizó por completo la competición a mediados de noviembre, para firmar un preacuerdo entre patronal y sindicatos que debe dar lugar a un texto histórico por el que ya se han interesado en otras partes del mundo. Un avance que explica bien qué ha sido este 2019 para el fútbol femenino: mucho más que un asunto deportivo.

Nota de EL PAÍS

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