viernes, marzo 29, 2024
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El lado oscuro de las bailarinas de Degas

El ballet está indiscutiblemente asociado con el elitismo y la alta sociedad. Su belleza y la disciplina requerida para practicarlo son características inherentes a él; no obstante, como otras expresiones artísticas y eventos culturales, en algunas épocas ha estado ligado a prácticas poco éticas y de dudosa moral, como en el París de finales del siglo XIX, el mismo que pintó Edgar Degas.

En Francia y la mayor parte de Europa la danza clásica estaba relegada a un segundo plano y en muchas ocasiones, el sacrificio de invertir rigurosas horas de práctica no era suficiente para las bailarinas: además, debían mantener relaciones forzadas con los aristócratas y caballeros adinerados que podían marcar la diferencia en su trayectoria artística.

El poder de estos hombres fue tal, que en la década de 1860 la Ópera Garnier –uno de los escenarios más importantes de París– incluyó una entrada distinta para los llamados “abonados”, que no eran más que los hombres suscritos al ballet. El abono les ofrecía acceso tras bastidores y por lo tanto, podían entrar en contacto directo con las bailarinas. Esta medida provocó que existiera un cierto estigma alrededor de las artistas, de quienes se creía que hacían favores sexuales a la par de su danza, aunque no todas lo hicieran.

“Les petits rats” era el nombre para las bailarinas en ciernes, quienes además de sus ensayos, debían coquetear con los hombres más acaudalados para sobresalir.
El ballet está indiscutiblemente asociado con el elitismo y la alta sociedad. Su belleza y la disciplina requerida para practicarlo son características inherentes a él; no obstante, como otras expresiones artísticas y eventos culturales, en algunas épocas ha estado ligado a prácticas poco éticas y de dudosa moral, como en el París de finales del siglo XIX, el mismo que pintó Edgar Degas.

En Francia y la mayor parte de Europa la danza clásica estaba relegada a un segundo plano y en muchas ocasiones, el sacrificio de invertir rigurosas horas de práctica no era suficiente para las bailarinas: además, debían mantener relaciones forzadas con los aristócratas y caballeros adinerados que podían marcar la diferencia en su trayectoria artística.

El poder de estos hombres fue tal, que en la década de 1860 la Ópera Garnier –uno de los escenarios más importantes de París– incluyó una entrada distinta para los llamados “abonados”, que no eran más que los hombres suscritos al ballet. El abono les ofrecía acceso tras bastidores y por lo tanto, podían entrar en contacto directo con las bailarinas. Esta medida provocó que existiera un cierto estigma alrededor de las artistas, de quienes se creía que hacían favores sexuales a la par de su danza, aunque no todas lo hicieran.

«Hombres como estos tenían autoridad sobre quién obtenía los papeles buenos y a quien despedían. Como “patrón” de una niña, él podría proveerla de un estilo de vida opulento, pagando por un apartamento cómodo o lecciones privadas para elevar su lugar en los cuerpos de ballet. La cultura del burdel del ballet era tan generalizada que, como lo remarca la historiadora Lorraine Coons en su ensayo “¿Artista o coquette? Les petits rats del ballet de la Ópera de París”, incluso las bailarinas exitosas que no recurrieron a la prostitución probablemente se sospechó que lo hicieron de cualquier forma».

No obstante, también se suman los papeles de ciertas mujeres que fungían como chaperonas. Algunas eran familiares cercanas a las bailarinas, que conscientes de las comodidades que los hombres podían proveer, incitaban y enseñaban a las jóvenes bailarinas a coquetear, convivir y seducir a tales hombres.

Tal práctica sin duda tiene sus símiles en la actualidad y no es ninguna sorpresa que hoy se reproduzcan en la industria del entretenimiento. Basta un vistazo al origen del movimiento #MeToo que involucró a decenas de actrices —y actores— evidenciando y denunciando el acoso sexual de sus empleadores, quienes sólo otorgaban papeles a aquellas que sostenían algún tipo de relación o actividad sexual con ellos.

El lado oscuro de la escena del ballet parisino quedó representada en las miles de obras de Degas en las que figuran las bailarinas. En sus cuadros es posible encontrar entre los tules las figuras de hombres en trajes negros que representan a los adinerados que se volvían patrocinadores de las compañías y las bailarinas. Del mismo modo, existen otras pinturas cuya perspectiva corresponde a la de los abonados, es decir, de aquellos que podían ver el baile desde las cortinas del escenario.

Esta historia oscura no le resta ningún valor a la obra de Degas, al contrario, demuestra de que el pintor era consciente del contexto de la época y denunció a su manera lo que ocurría tras los bastidores del ballet.

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