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Así era la prostitución en Tenochtitlan, la capital del imperio mexica

Aunque las civilizaciones prehispánicas fueron sociedades muy disciplinadas y enérgicas con el cumplimiento de los deberes, también fueron bastante abiertas en el tema sexual, placer del que permitían disfrutar, siempre agradeciéndoles a los dioses por haberles otorgado el don de semejante gozo.

Las deidades relacionadas con la sexualidad eran Xochiquetzal (flor preciosa), y su marido Xochipilli (príncipe de las flores). Ella era la protectora del amor y la sexualidad femenina, y él, por su parte, era el señor de los juegos, las flores y la sexualidad masculina.

Ambas deidades son la representación del erotismo humano en sus aspectos femenino y masculino, con sus placeres, sus peligros y sus responsabilidades.

La poligamia estaba permitida solo para los integrantes de la nobleza, pero todos los hombres mexica recurrían a las mujeres expertas en el arte de amar, lo que hoy llamaríamos prostitutas. Sin embargo, hay grandes diferencias entre el rol social de las trabajadoras sexuales actuales de las del mundo mexica.

Para empezar, estas no habrían sido tan estigmatizadas como ahora y, en aquellos tiempos y según la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia Claudia Nicolás (entrevista para el diario mexicano “Vanguardia” en septiembre del 2013), la prostitución no estaba ligada a la explotación de las mujeres.

Había prostitutas civiles o públicas, que eran aquellas que brindaban sus servicios a cambio de un pago determinado y, por otro lado, se encontraban las ahuianime, o prostitutas sagradas, que eran educadas para participar de ciertos rituales y que eran acompañantes de los guerreros más prestigiosos.

Según Fray Bernardino de Sahagún en su interpretación del Códice Florentino, los tonalpouhque, que eran los encargados de la lectura del calendario, consideraban que las mujeres nacidas bajo el signo de Xochiquetzal tenían dos opciones: ser devotas y jefas de familia o prostitutas, pues los días “Xóchitl” (flor) eran propicios para inferir en el destino del nacido y en su actividad sexual.

“Las prostitutas rituales eran públicamente aceptadas, no así las que se ofrecían en las calles. Se distinguían por pintar su cuerpo de amarillo y los dientes de rojo. Las rituales participaban en fiestas y acompañaban a los guerreros más valientes, ellos eran los únicos que podían tocarlas. Eran muy respetadas en la sociedad prehispánica y tenían la posibilidad, llegando a su edad adulta, de casarse con los guerreros que habían acompañado”.

Esto nos permite suponer ver que las prostitutas podían mejorar su condición social, sin que esto les costara la dignidad o el constante escrutinio público.

Según los informantes de Sahagún, las ahuianime eran en extremo vanidosas y se adornaban excesivamente, pintando su rostro con un pigmento natural llamado axin (“ungüento amarillo de la tierra” en náhuatl), que se obtiene del insecto “coccus axin”, que habita en algunos árboles como ciruelo, el jobo y el palo mulato de los bosques tropicales. Asimismo, les gustaba llevar el cabello suelto y otras veces trenzado y hasta una combinación de ambas, según la traducción de López Austin sobre el Códice Matritense y el Códice Florentino.

También solían sahumar su cuerpo con hierbas olorosas para liberar una fragancia más atractiva y excitante para los hombres, al igual que pintar sus dientes con el colorante obtenido de la grana cochinilla. Mascaban “tzictli”, que ahora conocemos como chicle o goma de mascar, pues con ello limpiaban sus dientes, eliminaban el mal aliento y manifestaban su oficio.

Las ahuianime eran de condición sagrada y tenían otras funciones. Tal como se menciona en el libro “Historia venida de los mexicanos”, de Cristóbal del Castillo, ellas debían complacer sexualmente al joven destinado al sacrificio ritual que representaba a Tezcatlipoca durante los 20 días anteriores a las vísperas de las fiestas de Toxcatl en Tenochtitlan.

Lo anterior puede parecernos algo machista y contra la voluntad de las ahuianime, pero recordemos el gran fervor que los mexica tenían hacia sus dioses, lo que nos permite imaginar el honor que debieron sentir tanto el sacrificado como la ahuianime al ser ella quien complacería al dios en sus últimos días.

¿Pero que obtenían ellas a cambio? De los sacrificados algunas de sus pertenencias y, de los guerreros, mantas y comida a consideración de ellas.

Imaginarás también que las ahuianime no eran bien vistas por las mujeres conservadoras de la época, pues por encima de todo se encontraban sus valores, tal como te contamos en nuestro artículo sobre los consejos de las madres mexica a sus hijas.

 

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