Anastasia Guzmán; Vida y Obra de la Guitarra Mexicana

No había pasado un siglo de la Conquista cuando los indígenas mexicanos ya eran diestros constructores de guitarras. En 1598 Gerónimo de Mendieta, en su Historia eclesiástica indiana cuenta: “Los instrumentos que sirven para solaz y regocijo de las personas seglares […] los indios los hacen todos y los tañen: rabeles, guitarras, cítaras, vihuelas, arpas y monocordios”.

Si un solo testimonio no valiera, Bernal Díaz del Castillo también lo contó en su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, al hablar de un indio esclavo que, “en la Plaza de México” y junto a su amo español, ofrecía vihuelas de gran manufactura: “eran (instrumentos) tan artificiosamente hechos que me paré a mirallos […] Estaba un español junto a él, y éste era su amo, y preguntele si habían traído aquellas vihuelas de Castilla […] respondiéndome que el artífice dellas era el que las tenía en las manos”.

Una guitarra puede llevarse a cualquier parte y con ella debieron viajar algunos conquistadores españoles. Cuenta el investigador Antonio Corona Alcalde que las primeras guitarras llegaron con Hernán Cortés. O al menos hasta ahí tenemos noticia escrita. El conquistador llegó a Chalchihuecan, donde después fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, el 22 de abril de 1519. Ese día, hasta donde existe memoria, también llegó la guitarra.

Junto con Cortés desembarcaron 500 compañeros de armas, entre los cuales venía “un tal cantor llamado Porras y un tañedor de vihuela de nombre Ortiz”, quien, de acuerdo con el propio Díaz del Castillo, habría de morir en batalla. Con la guitarra venía la fiesta, y con ella llegó al Nuevo Mundo una nueva posibilidad sonora que habría de enriquecerse enormemente.

Pero si la fiesta estaba de por medio, también la moral. Sirve para hacerse una idea de en dónde se enriqueció el instrumento, conocer también quien se volvió diestro. El propio De Mendieta asocia la habilidad con la guitarra y con la parranda: “Muchos de los indios se hacen haraganes que no pueden aprovecharse dellos su República, dando en jugar y guitarrear, que éste es un artículo de la doctrina que en la escuela de los españoles han aprendido”.

Y las mujeres no estaban exentas. “¿Quién nunca imaginara que no sólo los indios, sino también las indias mujeres habían de jugar a los naipes y saber tañer guitarras? Del juego pocas serán, pero de hacer y tañer guitarras en pueblos grandes, entiendo, son más de las que serían menester”.

La guitarra, pues, se aprendió a tañer masivamente afuera de la academia. “Fue en las plazas, en las calles, la historia de nuestros pueblos, de nuestras culturas indígenas, mestizas o negras, siempre se fue a la calle. No era aceptada en las iglesias, en la academia. ¿Por qué? Por discriminación. Todo eso que después llamamos culturas populares se cocinó en las calles y, evidentemente, es un cúmulo de sabiduría de siglos impresionante que, por lo mismo, se aprende de un modo distinto, de tradición oral”, dice la estudiosa de la guitarra Anastasia Guzmán Sonaranda.

Ella ha emprendido una labor totalizadora: condensar en un libro-disco la historia de la presencia de la guitarra en México. Sonaranda lo explica mejor: “Comencé con una pregunta: ¿cómo suena México en su instrumento favorito que es la guitarra y sus primas hermanas que son todas las guitarras tradicionales? Las jaranas, la guitarra de son, la guitarra de golpe y una infinidad de guitarras que no caben, es una cantidad en el universo indígena: la guitarra chamula, la vihuela. La presencia de la guitarra la tenemos documentada desde el siglo XVI”, dice en entrevista.

Guzmán, con la colaboración de otros guitarristas y estudiosos del instrumento como Antonio Corona Alcalde, Javier Ramírez Estrada, Juan Carlos Laguna, Camilo Camacho Jurado, Martín Valencia, José Luis Navarro, Jesús Flores, Enrique Jiménez, Julio César Oliva, Pablo Dueñas o Gerardo Tamez, han conformado el libro-disco número 66 de la colección Testimonio Musical de México, que la Fonoteca del INAH viene elaborando desde hace varios años.

Éste se llama Guitarra mexicana. Tiempos y espacios del alma mía e incluye 318 páginas y tres producciones discográficas que recorren, históricamente, la forma como la guitarra ha sonado en Mexico desde que llegó hace ya más de 500 años. Están ahí reproducciones como La Trinidad, anónimo del siglo XIX; la mazurka de salón Anita, de 1907, o el jarabe gatuno Variación del gato, de la primera mitad del XIX, interpretado por Jorge Martín Valencia.

También se incluye un repertorio de guitarras tradicionales como el son jarocho Zapateado, que toca Rutilo Parroquín; el son planeco El pitorreal, a cargo de Andrés Huato; un son de mariachi ejecutado por Diego López Hernandez y el son istmeño La Sandunga, que interpreta Feliciano Carrasco. El repaso no se queda ahí y llega a los nuevos sonidos de México, entonces aparecen ejecutantes como David Haro, Armando Chacha, Eblen Macari o la misma Sonaranda.

El disco sobre la guitarra académica se hace cargo de las creaciones mexicanas y ahí están Manuel Mejía, Manuel M. Ponce, Gerardo Tamez, Ernesto García de León, Julio César Oliva, Maximo Ramón Ortiz y Marco Aurelio Álvarez, entre otros. El recorrido muestra la asimilación de un instrumento que acabó por adaptarse a las necesidades de quien lo hizo suyo.

“Todas las guitarras mexicanas son bisnietas de la guitarra barroca o de la vihuela, de aquellos instrumentos antiguos que llegaron con los conquistadores. En el caso de las jaranas o de los instrumentos propios del son jarocho, se parecen mucho a una guitarra barroca, pero tienen una construcción más rústica, lo que no quiere decir que no son grandes instrumentos. Son guitarras que acompañan al campesino, al pastor, son instrumentos que se acoplan para esas condiciones de vida”, concluye Guzmán.

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