Teotihuacán, Xochicalco, Monte Alban, el Templo Mayor de Tenochtitlán son clasificados dentro del Patrimonio Mundial de la Humanidad de la UNESCO. Pero, ¿quién en la actualidad se acuerda de esos exploradores, quiénes a mediados del siglo XIX mostraron el México prehispánico al resto del mundo por medio de acuarelas como lo hizo Guillermo Dupaix, las primeras fotografías del francés Brasseur de Bourbourg, o de la labor inmensa del austriaco Alexander von Humboldt? Poca gente probablemente los recuerda. Sin embargo, ser explorador no significa necesariamente brindar el cuidado y el estudio necesarios con los cuales un arqueólogo moderno considera sus descubrimientos.
Por ejemplo Désiré Charnay, otro viajero francés, no dudó en usar dinamita para “excavar” lel basamento B en Tula, Hidalgo 1885. Los diferentes gobiernos y dirigentes desde la Independencia, han tratado de exaltar el sentimiento nacional.
Con la llegada de la figura controvertida de Porfirio Díaz al poder en 1877 y su reelección en 1884, la sociedad mexicana alcanza una cierta forma de estabilidad. Queremos mostrar cómo su largo mandato fue positivo para la arqueología y el conocimiento de nuestras culturas antepasadas. Explicaremos cómo las infraestructuras porfirianas siguieron vigentes durante la Revolución, con la meta clara de fortalecer los gobiernos y la identidad nacional. En 1827, ya se había votado una ley para prohibir la exportación de monumentos y antigüedades mexicanas.