jueves, marzo 28, 2024
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El águila real, una especie apreciada y cautiva entre los mexicas

Encarnación del sol, de valentía y fiereza para los mexicas, el águila real tenía un valor tal, que requería una atención especial antes, durante y después de servir en la parafernalia ritual. Investigadores del Proyecto Templo Mayor del Instituto Nacional de Antropología e Historia (PTM-INAH) han revelado distintos aspectos de los usos que se le dio a esta rapaz dentro del Recinto Sagrado de Tenochtitlan, y que explican, en parte, su devenir como símbolo patrio, ave tan importante para los mexicanos que el 13 de febrero ha sido instaurado como Día Nacional del Águila Real.

En el marco de los esfuerzos por recuperar la Aquila chrysaetos canadensis en México (el año pasado se tuvo registro de 142 parejas reproductivas), el arqueólogo Israel Elizalde Mendez refiere que hace más de 500 años, la presencia de ésta en el centro y norte del actual territorio nacional, permitía su captura por personas especializadas que ascendían hasta la cúspide de los árboles en busca de los nidos, apropiándose de las crías.

Retomando lo asentado por fray Bernardino de Sahagún y Diego Durán, el experto explica que las aves eran transportadas a Tenochtitlan y a su llegada a la ciudad eran mantenidas en jaulas hechas de barrotes de madera, y recubiertas con redes. En este espacio se les brindaba protección y cuidados durante largos periodos, dato que ha sido comprobado a través de la evidencia arqueológica.

Junto con su colega, la maestra Ximena Chávez Balderas, Israel Elizalde ha llevado a cabo el análisis de los esqueletos de águila real completos e incompletos, registrados en ofrendas del Templo Mayor y algunas edificaciones aledañas. Después de 40 años de investigaciones por parte del Proyecto Templo Mayor, uno de los más destacados del INAH, se han recuperado 45 individuos de esta especie.

Ambos especialistas son autores de un profundo ensayo publicado en el libro Escudo Nacional. Flora, fauna y biodiversidad, coeditado hace un par de años por el INAH y la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).

Salvo una osamenta de águila real localizada por el equipo de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH, que en 1978 excavó las ofrendas asociadas al monolito de la diosa lunar Coyolxauhqui, ha sido en 27 ofrendas —de las más de 200 excavadas hasta el momento por el PTM y el Programa de Arqueología Urbana (PAU)— donde se han registrado 45 ejemplares de esta ave que entre los pueblos nahuas recibe los nombres de itzcuauhtli o cuauhtli.

Los esqueletos fueron encontrados en la plataforma del Templo Mayor; así como en el Edificio A, la Casa de las Águilas, el Templo Rojo Sur y en la Plaza Oeste. También se han hallado punzones de autosacrificio, elaborados con huesos de estas aves, en total se han recuperado doce piezas que podrían corresponder a algunas de las águilas que se enterraron desmembradas.

Elizalde Mendez y Chávez Balderas detallan que las águilas completas se inhumaron en la plataforma del Huey Teocalli (Templo Mayor) y, principalmente, en la Plaza Oeste, mientras las pieles y los desechos obtenidos durante su uso ritual se enterraron en los edificios ubicados al norte del gran templo y en la Plaza Oeste. La distribución hacia estos rumbos “podría aludir al sol descendente su vínculo con ese astro es ineludible, ya que la mayoría fueron emplazados en asociación a la mitad sur del Templo Mayor, dedicado al numen guerrero y solar, Huitzilopochtli”.

Indican que, si bien esta ave aparece en ofrendas de la etapa constructiva asociada al gobierno del tlatoani Axayácatl, entre 1469 y 1481, fue poco antes de la llegada de los españoles, entre los mandatos de Ahuízotl y Moctezuma Xocoyotzin, de 1486 a 1520, cuando se utilizó un mayor número de ejemplares, “traídos tanto de tierras lejanas como criados en cautiverio, revelando la intensificación de su uso durante el periodo expansionista”.

Lo anterior se sustenta en el estudio de fuentes como la Matrícula de Tributos y el Códice Mendocino, donde se narra el pago de tributo con águilas reales vivas, provenientes de las provincias de Xilotepec (Estado de México) y Oxitipan (cuyo centro de mando se ubicaba en lo que hoy es Ciudad Valles, San Luis Potosí). A su arribo a Tenochtitlan eran mantenidas en el palacio del gobernante, dentro del Totocalli o “Casa de las aves”.

Un dato interesante, precisan los arqueólogos, es que cuatro aves del género Tyrannidae pudieron servir como alimento para uno de los ejemplares de águila descubierto en la Ofrenda 6, similar al caso registrado en la Ofrenda 125, donde las águilas, una hembra y un macho, fueron alimentadas con codornices, lo cual se dedujo por la presencia de huesos fragmentados (egagrópilas) que corresponden al último alimento que el ave rapaz no alcanzó a regurgitar. Estas dos rapaces fueron depositadas portando ajorcas de cascabeles de cobre y oro, así como un pectoral de concha.

También llama la atención que “cuando se enfermaban eran cuidadas por especialistas, esto podría explicar que encontremos evidencia de ejemplares que no fallecieron prematuramente”. De manera que se han registrado fracturas alares antemortem que incapacitaron el vuelo de varias aves, así como enfermedades infecciosas crónico-degenerativas que permiten inferir su permanencia en cautiverio para lograr sobrevivir en condiciones tan adversas.

En cuanto a las águilas incompletas, las aves rapaces presentan un tratamiento póstumo visible en los restos óseos. De acuerdo con los integrantes del Proyecto Templo Mayor, la manipulación de sus cuerpos fue muy diversa: por ejemplo, es posible observar marcas de raspado, así como huellas de corte que se hicieron con el fin de descarnarlas y reutilizarlas como pieles. Se registraron además perforaciones que posiblemente sirvieron para articular los huesos.

Todos estos tratamientos —anotan Israel Elizalde y Ximena Chávez— se han interpretado como producto de la preparación y preservación de sus pieles. La Ofrenda 126 representa un caso sui generis, en este depósito fueron inhumadas junto con otra gran cantidad de animales, al menos, cinco águilas reales incompletas, “todos sus restos corresponden al desecho obtenido durante la preparación de sus pieles. Al manufacturarlos, los maestros peleteros conservaban únicamente algunos huesos de las extremidades junto con el bello plumaje”.

Los huesos presentan múltiples huellas de corte y fracturas hechas con instrumentos cortantes y corto-contundentes. “En efecto, algunos fueron enterrados cuando ya estaban completamente esqueletizados y desarticulados como consecuencia de la descomposición natural, en tanto que otros se colocaron poco tiempo después de su muerte”.

Ambos arqueólogos resaltan que muchos de los ejemplares incompletos son producto de una manufactura local de pieles, que se pudo haber nutrido de animales que habitaban en el vivario de Tenochtitlan, conocido popularmente como el “Zoológico de Moctezuma”. Concluyen que el análisis de los restos de águilas reales descubiertos en contexto arqueológico, ha resultado una oportunidad única para develar incógnitas relativas a la economía, la religión y las interacciones entre la fauna y los humanos en la antigua Tenochtitlan.

INAH

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